El factoring es una de las formas de obtener liquidez de manera más rápida para la pequeña y mediana empresa, ampliamente utilizada y respaldada en un marco legalmente regulado y capaz de ofrecer seguridad tanto para quien invierte como para quien provee.
Para que el factoring funcione correctamente, es necesario la vinculación por parte de componentes del accionar del factoring, que está siempre regulada mediante acuerdos y contratos. Primero actúa quien cede la factura y es cliente de este mercado y sus servicios, luego entra el corredor o ente comercial encargado de poner la factura en remate para que, el tercer actor o inversionista, la compre al cliente descontando un monto y permitiéndole contar con liquidez sin importar el plazo que indique la factura. Un cuarto elemento es el pagador final de la factura, que ya no tendrá pendientes con el cliente sino con quien sea el nuevo propietario de la factura.
El representante de una empresa o “proveedor de facturas”, deberá cumplir con ciertos requisitos que no son para nada difíciles de cumplir, puesto que están relacionados básicamente con la validez de sus activos. Además, dependiendo de la modalidad de factoring a la que acceda, las opciones de rentabilidad pueden ser más o menos generosas, según el corredor con que se asocie o en base al momento que viva el mercado en el instante en que se lleve a cabo el remate de las facturas.
El factoring que es más útil para cada compañía dependerá de cada caso comercial. Las fórmulas de factoraje son amplias y existen muchos tipos de interacción con corredores que le permitirán a las empresas hacer uso de esta herramienta. Sin embargo, en todos los casos, es importante conocer el mercado de facturas y entender su vital trascendencia cuando se trata de liderar con éxito a un equipo de trabajo.
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